viernes, 18 de febrero de 2011

LA ESPERA

                                                          

¿Sabés una cosa? Estoy esperando a la muerte.

Hace muchos años, cuando era un niño aún, llegó por primera vez a visitarme. ¿ Cómo describirla? Alta o más bien no tanto, joven, más no lo parecía. ¿Era una mujer o en realidad un recio varón de tez blanca? ¿o negra? Imposible describirla. Se paró a mi lado riéndose vaya a saber de que, en tanto yo pugnaba por respirar, pues un trozo de sándwich se había alojado en mi garganta y el aire se negaba a pasar hasta mis pulmones. De muy mala gana golpeó mi espalda y el pedazo de alimento voló a un rincón de la habitación. Sin mediar palabra, así como llegó se marchó.

La segunda vez, en una época muy triste y muy dura, se encaramó entre un pelotón de fusilamiento y con su dedo me señalo incriminándome del delito de pensar (aún no se por qué). El que estaba a cargo escuchaba atentamente las argumentaciones y asentía con la cabeza, más nuevamente como si algo en su interior hubiera entrado en conflicto, con un fastidio mayor que la vez anterior, se desdijo, pidió disculpas y se marchó.

La última oportunidad fue hace muy poco. Acompañaba al conductor de un hermoso Sedán gris. A lo lejos vi que me guiñaba un ojo y con grandes aspavientos señalaba al chofer una hermosa mujer de esculpidas piernas que transitaba por el centro de la plaza desviando la vista del frente. Yo en el centro de la calle sabía que esta vez era mi hora. Solo cuatro costillas rotas. Ella me miraba en el piso, mezclada entre la gente como no comprendiendo lo ocurrido, mezcla de sorpresa e indignación. Esta vez se fue a paso lento con las manos en los bolsillos. El que manejaba, a mi lado de rodillas, me miraba maldiciendo su propio error. 

Como te decía, la estoy esperando. Anhelo que su abultada agenda aún no tenga registrado mi nombre. La mía también esta llena; de proyectos, de tachones, de ideas superficiales e inútiles y de cuadros con eventos que sí o sí concretaré, pues son para mí necesarios. Espero que su memoria sea tan frágil como la mía y haya olvidado donde nos vimos por última vez pues mi casa está a dos cuadras. Ansío que cuando llegue el momento, no venga tan agresiva como las veces anteriores, si al fin de cuentas le he tomado aprecio. Ojalá las cuotas de sabiduría, espiritualidad, experiencia, afectos, memorias, etc hayan sido  cubiertas y queden como bitácora para los que me conocen y me quieren. En plena ancianidad yo necesitaré que me venga a buscar, si es que me encuentro solo e indefenso –condición sine qua non- Entonces nos iremos a tomar un café, le hablaré de lo que guste y partiremos.

AUTOR: BETO LOPEZ DE ALTA GRACIA, CBA.

5 comentarios:

  1. Veo que no soy la única a la que visita la muerte, lo cual me reconforta y mucho.

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  2. Demasiadas visitas.
    A mi sólo me hizo una, pero más intensa que aquellas.
    Un beso con abrazo

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  3. me parece una visión bastante agradable y amigable de la muerte...ojalá todos la percibieramos así...muy bueno! felicitaciones a su autor!

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  4. Felicidades, me ha gustado mucho lo que escribe y como lo escribe.

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